Guía: En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
R/. Amén.
Guia::
R/. Oremos.
Breve pausa de silencio.
Jesús,
en la hora en la que recordamos tu muerte,
queremos fijar nuestra mirada de amor
en los indecibles tormentos que has padecido.
Tormentos condensados en aquel grito misterioso
lanzado en la cruz antes de expirar:
«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»
Jesús, pareces un Dios eclipsado en el horizonte:
el Hijo sin Padre,
el Padre privado del Hijo.
Aquel grito humano-divino tuyo,
que desgarró el aire en el Gólgota,
nos interroga y asombra todavía hoy,
nos muestra que algo inaudito ha ocurrido.
Algo salvífico:
de la muerte ha brotado la vida,
de las tinieblas, la luz,
de la extrema división, la unidad.
La sed de configurarnos contigo
nos lleva a reconocerte abandonado,
donde quiera que sea, de cualquier modo:
en los dolores personales y en los colectivos,
en las miserias de tu Iglesia y en las noches de la humanidad,
para injertar tu vida siempre y en todo lugar,
para propagar tu luz, establecer tu unidad.
Hoy, como entonces,
sin tu abandono,
no habría Pascua.
R/. Amén.
Guia::
R/. Oremos.
Breve pausa de silencio.
Jesús,
en la hora en la que recordamos tu muerte,
queremos fijar nuestra mirada de amor
en los indecibles tormentos que has padecido.
Tormentos condensados en aquel grito misterioso
lanzado en la cruz antes de expirar:
«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»
Jesús, pareces un Dios eclipsado en el horizonte:
el Hijo sin Padre,
el Padre privado del Hijo.
Aquel grito humano-divino tuyo,
que desgarró el aire en el Gólgota,
nos interroga y asombra todavía hoy,
nos muestra que algo inaudito ha ocurrido.
Algo salvífico:
de la muerte ha brotado la vida,
de las tinieblas, la luz,
de la extrema división, la unidad.
La sed de configurarnos contigo
nos lleva a reconocerte abandonado,
donde quiera que sea, de cualquier modo:
en los dolores personales y en los colectivos,
en las miserias de tu Iglesia y en las noches de la humanidad,
para injertar tu vida siempre y en todo lugar,
para propagar tu luz, establecer tu unidad.
Hoy, como entonces,
sin tu abandono,
no habría Pascua.
Primera estación:
Muchas de nuestras familias sufren por la traición del cónyuge, la persona más querida. ¿Dónde ha quedado la alegría de la cercanía, del vivir al unísono? ¿Qué ha sido del sentirse una sola cosa? ¿Qué pasó de aquel «para siempre» que se había declarado?
Mirarte, Jesús, el traicionado,
y vivir contigo el momento en el que se derrumba el amor
y la amistad que se había creado en nuestra pareja,
sentir en el corazón las heridas de la confianza traicionada,
de la confianza perdida, de la seguridad desvanecida.
Mirarte, Jesús, precisamente ahora
que soy juzgado por quien no recuerda el vínculo
que nos unía, en el don total de nosotros mismos.
Solo tú, Jesús, me puedes entender, me puedes dar ánimo,
puedes decirme palabras de verdad, incluso si me cuesta entenderlas.
Puedes darme la fuerza
que me ayude a no juzgar a mi vez,
a no sucumbir, por amor de esas criaturas
que me esperan en casa
y para las cuales soy ahora el único apoyo.
Segunda estación:
Pero lo más grave, Jesús,
es que yo he contribuido a tu dolor.
También nosotros, esposos, y nuestras familias.
También nosotros hemos contribuido
a cargarte con un peso inhumano.
Cada vez que no nos hemos amado,
cuando nos hemos echado las culpas unos a otros,
cuando no nos hemos perdonado,
cuando no hemos recomenzado a querernos.
Y nosotros, en cambio, ...
Muchas de nuestras familias sufren por la traición del cónyuge, la persona más querida. ¿Dónde ha quedado la alegría de la cercanía, del vivir al unísono? ¿Qué ha sido del sentirse una sola cosa? ¿Qué pasó de aquel «para siempre» que se había declarado?
Mirarte, Jesús, el traicionado,
y vivir contigo el momento en el que se derrumba el amor
y la amistad que se había creado en nuestra pareja,
sentir en el corazón las heridas de la confianza traicionada,
de la confianza perdida, de la seguridad desvanecida.
Mirarte, Jesús, precisamente ahora
que soy juzgado por quien no recuerda el vínculo
que nos unía, en el don total de nosotros mismos.
Solo tú, Jesús, me puedes entender, me puedes dar ánimo,
puedes decirme palabras de verdad, incluso si me cuesta entenderlas.
Puedes darme la fuerza
que me ayude a no juzgar a mi vez,
a no sucumbir, por amor de esas criaturas
que me esperan en casa
y para las cuales soy ahora el único apoyo.
Segunda estación:
Pero lo más grave, Jesús,
es que yo he contribuido a tu dolor.
También nosotros, esposos, y nuestras familias.
También nosotros hemos contribuido
a cargarte con un peso inhumano.
Cada vez que no nos hemos amado,
cuando nos hemos echado las culpas unos a otros,
cuando no nos hemos perdonado,
cuando no hemos recomenzado a querernos.
Y nosotros, en cambio, ...
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